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las preciosas ridÍculas

de Moliere.

LAS PRECIOSAS RIDÍCULAS ES UNA COMEDIA divertida y punzante eróticamente picante (a la mejor manera de Moliere) y pone a sus personajes a vivenciar una serie de reflexiones sobre el afán por pertenecer al mundo de “los importantes”. En esta obra, el gran Moliere muestra cómo unos personajes hacen hasta lo imposible por pertenecer a ese mundo de moda, del gran estilo y del glamour.

DURACIÓN: 1 hora, 20 minutos.

DIRIGIDA POR:  Antonio Usuga Monsalve

REPARTO

Camilo Porras, Milthon Araque, Luna Gaviria,
Sebastían Rivera, 
Daissy Vera y Alejandra Ciceri

DISEÑO DE LUCES

Felipe Ortiz

LUMINOTECNICA
Isabel Montoya

 

ASESORÍA MUSICAL

Jorge Tobón


 

ESCENOGRAFÍA

Camilo Porras

COMUNICACIONES Y FOTOGRAFIAS

Sebastian Rivera

Andrez Zuluaga

Alejandra Ciceri

 

APOYO Y PRODUCCIÓN

Alianza francesas




 

Fotos: Andrés Paya.

Fragmento

Las preciosas ridículas

MOLIERE

 

 

Escena VII
 

MADELÓN, CATHOS, MASCARILLA y MAROTTE.

     MASCARILLA.- (Después de haber saludado.) Señoras mías, les sorprenderá, sin duda, la osadía de mi presencia; mas sus reputaciones son finalmente el motivo de esta visita, (aparte) de este negocio, y el mérito de verlas de frente posee para mí tan poderosos encantos, que corro tras él, tras ese encanto, por todas partes.

     MADELÓN.- Si persigues el encanto de alguien, no debes cazar nunca en nuestras tierras.

     CATHOS.- Para ver encanto en nosotras es preciso que lo haya inventado usted mismo.

     MASCARILLA.- ¡Ah! Discuto tanta modestia en sus palabras. La fama que les precede pone justamente de manifiesto lo que valen ustedes dos, y van a dar en el punto (PF), en el repunto (PF) y en el mismísimo contrapunto (PF), si quieren conocer todo lo que les ofrecen hoy por hoy las grandes ciudades. Yo las puedo asesorar.

     MADELÓN.- Su cortesía eleva por los aires a la misma dignidad de la que estamos hachas nosotras dos; mi prima y yo preferimos reservar muy bien el hecho de tomar en serio la benevolencia de su ofrecimiento para con nosotras.

     CATHOS.- Querida, habría que ofrecerle una silla al caballero.

     MADELÓN.- ¡Marotte!

     MAROTTE.- Señora.

     MADELÓN.- Pronto; acarrea aquí las comodidades propias de esta casa para entablar una acertada conversación con este respetable caballero (PF).

 

     MAROTTE.- Señora. No entiendo ni mierda.

MADELÓN.- ¡Marotte! Que traiga una puta silla.

MAROTTE.- Señora. No hay. También las tuvimos que vender.

(Sale MAROTTE.)

MASCARILLA.- ¿Habrá, al menos, aquí algo de seguridad para mí?

CATHOS.- ¿Qué temes?

 

(Vuelve MAROTTE con un adobe)


MAROTTE.- Señora. Esto es lo único que pude encontrar.

SALE MAROTTE.

 MASCARILLA.- Temo… temo que mi corazón sea maltratado, que mi honestidad sea asesinada. Veo por aquí ojos que tienen aspecto de ser de muy malas mañas, de atacar a los ingenuos y de tratar a un alma noble como la mía como si fuese una rata cualquiera (PF). ¿Cómo? Oh, oh. No bien se les acerca uno, se ponen en guardia. ¡Ah! Desconfío, desconfío tanto. Voy a poner mis pies ya mismo en la asquerosa calle si no se me garantía un trato decente como el que merece alguien de mi clase…y también exijo que se me garantice que no se me hará ningún daño en esta casa.

     MADELÓN.- Querida mía, el de este caballero es un carácter fuerte (PF).

     CATHOS.- Ya veo que es realmente todo un caballero (PF).

     MADELÓN.- No temas nada, alma noble; nuestros ojos no tienen malos propósitos y tu corazón puede descansar con tranquilidad en tu pecho.

     CATHOS.- Mas, por favor, caballero, no seas tan inexorable con este sillón que te tiende los brazos hace un cuarto de hora; satisface un tanto el deseo que tiene de abrazarte.

     MASCARILLA.- (Se sienta) Pues bien, señoras mías, haré un viaje a París ¿qué dicen de ir conmigo?

     MADELÓN.- ¡Ay! ¿Y qué podríamos decir? Habría que ser tarada de pensamiento para no confesar que París es el gran mostrador de las maravillas, el centro del buen gusto, de la inspiración y sobre todo… del estilo (PF).

     MASCARILLA.- Por mi parte, confieso que, fuera de París, no hay un refugio mejor para las personas de estilo (PF), como nosotros.

     CATHOS.- Es una verdad irrebatible.

     MASCARILLA.- Está un poco hacinado, lo sé, pero tengo amigos importantes…

     MADELÓN.- Es verdad que los amigos importantes son una trinchera maravillosa contra las injurias del gentío y de los malos hábitos.

     MASCARILLA.- A propósito, mi amores ¿Reciben muchas visitas? ¿Qué amigo importante las frecuenta?

     MADELÓN.- ¡Ay! No somos aún conocidas en Europa; pero estamos en toda la disposición de serlo. Eso sí, tenemos una amiga particular que nos ha prometido presentarnos en París todos esos señores de la Compilación de Amigos Importantes (Palabras en Francés).

          MASCARILLA.- Por lo que veo, yo serviré a sus deseos mejor que nadie; todos ellos, los de la Compilación de Amigos Importantes (Palabras en Francés) me visitan, y puedo decir que no me levanto nunca de la cama sin media docena de genios alrededor durmiendo a mí alrededor. Puedo presentárselos.

     MADELÓN.- ¡Ah Dios mío! Te quedaremos agradecidas si nos haces ese favor, ya que, en fin, es preciso entablar conocimiento con todos esos señores si quiere una pertenecer al gran mundo. Ellos son los que ponen en movimiento la reputación en París, y ya sabes que hay algunos de ellos cuyo solo saludo basta para darte fama de persona inteligente. Por mi parte, lo que pienso, especialmente, es que, por medio de esos viajes, se informa una de ciertas cosas que hay que saber necesariamente, y que son esenciales a un espíritu elegido y noble como el nuestro. Con ellos se conocen a diario las pequeñas noticias del primer mundo, las lindas relaciones con las bellas artes. Se sabe a punto fijo que aquel de allí ha compuesto las más bellas obras del mundo sobre un piano; que tal otro ha escrito la letra de tal canción; que éste ha hecho un poesía sobre un placer humano; que el de más allá ha compuesto unos versos sobre una infidelidad; que el caballero tal escribió anoche una sonata a la señorita cuál, cuya respuesta le ha enviado ella esta mañana alrededor de las ocho; que tal autor ha formulado tal proyecto en relación con el fin del mundo; que aquel otro está en la tercera parte de su novela, y que éste tiene sus obras en la imprenta y listas para ser tiradas. Eso es lo que da dignidad en las reuniones importantes, y si se ignoran esas cosas… Pagaría yo lo que fuera necesario por pertenecer a todo ello.

     CATHOS.- En efecto, encuentro que es enaltecer el ridículo el que una persona se jacte de talento y no sepa ni la menor noticia de lo que hace cotidianamente un pintor en París; y, por mi parte, me sentiría altamente sonrojada en caso de que vinieran a preguntarme si yo he visto algo nuevo y no tuviese nada que responder.

     MASCARILLA.- Es verdad, es vergonzoso no ser los primeros en saber todo cuanto se hace en las ciudades realmente importantes; pero no se inquieten: quiero fundar, aquí, en su casa, una academia del buen hablar, si me lo permiten. Y les prometo que no se hará un sólo comentario inteligente en París que no sepan de memoria ustedes dos antes que todos los demás. Por mi parte, tal como me ven, me unto de aquel estilo sólo cuando lo considero necesario. Eso sí, se los aseguro, verán circular las bellas callejuelas de París, cual muestras de mi estilo, a estas dos damas, sabiendo doscientas canciones, otros tantos sonetos, cuatrocientos epigramas y más de mil poesías, sin contar los acertijos y los retratos pintados que se consideran realmente importantes en aquel mundo.

     MADELÓN.- Confieso que me desvivo furiosamente por los retratos; no encuentro nada tan agradable (PF) como eso.

     MASCARILLA.- Los retratos son difíciles, sí, y requieren una profunda inspiración; sí, ya verán algunos preferidos míos que no les disgustarán.

     CATHOS.- Yo, por mi parte, adoro con locura los acertijos.

     MASCARILLA.- Eso ejercita la mente… esta misma mañana he hecho cuatro, que les daré a resolver a su debido tiempo.

     MADELÓN.- Los poemas son impecables cuando están bien hechos.

     MASCARILLA.- Son mi habilidad especial, ahora mismo me dedico a escribir en verso toda la historia romana.

     MADELÓN.- ¡Ah! Será realmente algo de una perfecta belleza; me reservas un ejemplar, por lo menos, si la haces imprimir.

     MASCARILLA.- Les prometo reservar uno a cada una. Aunque sólo escribo por obedecer a la musa; y bueno, lo hago también para dar un poco de mi genialidad a los lectores que me persiguen.

     MADELÓN.- ¡Me imagino que será un gran placer verse impreso! Me refiero a la obra.

     MASCARILLA.- Sin duda. A propósito, quisiera repetirles una improvisación poética que hice ayer en casa de una importante amiga mía, a quien fui a visitar, pues, lo tengo que decir, soy endemoniadamente hábil en improvisaciones poéticas.

     CATHOS.- La improvisación poética es precisamente la piedra que brilla en el ingenio de cualquier artista.

     MASCARILLA.- Escuchen. Escuchen.

     MADELÓN.- Somos todo oídos.           

¡Oh, oh! Perdonadme,

No estaba aquí, en este momento;

mientras os miro, veleidades, sin un retorcido pensamiento,

vuestros ojos, furtivos, róbanme la mente

y todo mi corazón.

Atrapad al ladrón

¡Al ladrón, al ladrón, al ladrón, al ladrón!

     MASCARILLA.-   (Como en impro pide una palabra a alguna de ellas e improvisa. Luego recita), 

CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! Eso es llegar al más alto grado de finura literaria.

     MASCARILLA.- Todo cuanto hago tiene un aire de espontaneidad; no huele a pedantería, ¿cierto?

     MADELÓN.- Está a más de dos mil leguas de algo así.

     MASCARILLA.- ¿Han observado ese principio? Ese ¡Oh, oh! Es extraordinario. ¡Oh, oh! como un hombre que cae de pronto en la cuenta de... ¡Oh, oh! Es la sorpresa de… ¡Oh, oh!

     MADELÓN.- Sí; encuentro extraordinario ese ¡oh, oh! Eres infalible.

     MASCARILLA.- Me parece que no es nada. Sólo…

     CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! ¿Qué dices? Estas son genialidades que no tienen precio.

     MADELÓN.- Sin duda, y ese «¡oh, oh!» ya es todo un poema épico.

     MASCARILLA.- Tienen un gusto excelente, por lo que veo.

     MADELÓN.- ¡Gracias! debo confesar que ese «¡oh, oh!» tiene un tono sobrenatural y …

     MASCARILLA.- A propósito de sobrenatural, quisiera repetirles un aria que acabo de componer.

     CATHOS.- ¿Has aprendido a cantar?

     MASCARILLA.- ¿Yo? En absoluto.

     CATHOS.- ¿Y cómo puede usted repetir el aria si no sabe cantar?

     MASCARILLA.- La gente talentosa  lo sabe todo sin haber aprendido nunca nada.

     MADELÓN.- Seguramente, querido.

     MASCARILLA.- Escuchen, a ver si el aria es de su agrado: «¡Tra, lara, la, lala, la!» La brutalidad de las lluvias de estos días ha ultrajado furiosamente la delicadeza de mi voz, no importa; lo intentaré. (Canta.) “¡Oh, oh! No estaba aquí, en este momento”

     CATHOS.- ¡Ah!, es demasiado apasionada. Provoca suicidarse.

     MADELÓN.- Hay una especie de policromatismo en esa aria. Eso es saber mucho de la entraña misma de las cosas, de la verdadera entraña, de la entraña de la entraña que está dentro de la entraña. Todo es tan maravilloso, te lo aseguro; me entusiasman mucho el aria y la letra de esa canción.

     CATHOS.- No he visto nunca nada igual.

     MASCARILLA.- Todo cuanto hago se me ocurre espontáneamente, sin estudiarlo.

     MADELÓN.- La Naturaleza te ha tratado como una verdadera criatura nacida de sus entrañas, y eres sin duda su hijo favorito.

     MASCARILLA.- ¿En qué emplean el tiempo, mis amores?

     CATHOS.- Absolutamente… en nada.

     MADELÓN.- Hemos estado hasta ahora en un ayuno espantoso de diversiones intelectuales.

     MASCARILLA.- Si quieren me ofrezco para llevarlas uno de estos días a ver teatro, una comedia, es que van a representar una nueva obra de Moliere, y me agradaría que la viésemos juntos. La representa una compañía que se llama…. Divina Obscenidad.

     MADELÓN.- Gas, que asco, aunque no podemos negarnos a verla.

     MASCARILLA.- Eso sí, les pido que aplaudan todo lo que puedan cuando estemos allí, pues me he comprometido a hacer triunfar la obra, y el director ha venido personalmente a rogármelo esta misma mañana. Es costumbre en París, por ejemplo, que vengan los autores y los directores a pedir cosas así a las personas de talento como yo, sólo para conseguirles fama, ¡y ya pueden imaginar, mis amores, si cuando decimos nosotros algo relacionado con la obra, se atreven si quiera a contradecirnos! Por mi parte, soy de palabra, y cuando prometo a algún director aplaudir sus obras, grito siempre: «¡bravo, precioso!», «¡precioso!», lo grito antes que estén encendidas las luces.

     MADELÓN.- No tienes ni qué decírmelo. París es un lugar admirable. Pasan en él, a diario, cien mil cosas que se ignoran en provincias como estas.

     CATHOS.- Con esto es suficiente; ya sabemos qué hacer, será nuestro deber gritar como es debido allá en el teatro.

     MASCARILLA.- No sé si me equivoco; Ustedes dos tienen todo el aspecto de haber hecho alguna vez una obra de teatro, una comedia.

     MADELÓN.- ¡Bah! Nunca en la vida.

     MASCARILLA.- ¡Ah!, aquí entre nosotros… he escrito una obra que quiero hacer representar.

     CATHOS.- ¡Increíble! ¿Y a qué actores, a qué actrices se la entregarás?

     MASCARILLA.- ¡Que linda pregunta! A los grandes, a las mejores; solo ellos son capaces de dar valor a las palabras; los otros son unos ignorantes, que recitan como si hablasen; no saben hacer sonar los versos y detenerse en el momento justo para hacer una pausa. ¿Y cómo se podría saber dónde se halla la belleza misma de una palabra, si el actor o la actriz no se detiene en esa palabra y no nos advierte así que hay que provocar un suspiro?

     CATHOS.- Definitivamente, hay maneras de hacer percibir a los espectadores la belleza de una obra, y las cosas solo valen lo que valen.

     MASCARILLA.- (Se queda estupefacto, como sin entender nada) ¿Qué les parece estas ropas interiores? ¿Las encuentran adecuadas al traje que traigo?

     CATHOS.- Completamente.

     MASCARILLA.- ¿Está bien escogida?

     MADELÓN.- Absolutamente bien. Es puro Perdrigeon.

     MASCARILLA.- ¿Y qué dicen de mi encaje?

     MADELÓN.- Tiene un aspecto soberbio.

     MASCARILLA.- Puedo presumir que su costo tiene el doble de valor más que todos los que se fabrican últimamente.

     MADELÓN.- Hay que confesar que no he visto nunca antes llevar a tan altísimo nivel la elegancia de un traje.

     MASCARILLA.- Fíjense un poco en estos guantes. Sientan su aroma.

     MADELÓN.- Huelen impresionantemente bien.

     CATHOS.- No he respirado nunca antes un olor tan exquisito.

     MASCARILLA.- ¿Y esto? (Da a oler sus cabellos.)

     MADELÓN.- El champú es de verdadera calidad: lo sublime se siente delicadamente afectado por su aroma.

     MASCARILLA.- ¿No me van a decir nada de mis uñas?

     CATHOS.- Espantosamente hermosas.

     MASCARILLA.- ¿Ni se imaginan lo que me cuesta arreglarme cada uña? Tengo la manía siempre de usar sólo lo exclusivo.

     MADELÓN.- Te aseguro que estamos de acuerdo contigo. Tengo una delicadeza obsesiva por todo lo que uso; y desde mi pelo hasta mi ropa interior no puedo tolerar nada que no venga de una mano maestra y exclusiva.

 

Besos

 

     MASCARILLA.- (Con bruscas exclamaciones.) ¡Ay, ay, ay! ¡Cuidado! Tontas ¡Maldita sea! Está muy mal tratar así a un caballero como yo; tengo que quejarme de ustedes, lo que hacen no es digno de unas damas...

     CATHOS.- ¿Qué sucede? ¿Qué te pasa?

     MASCARILLA.- ¡Cómo! ¡Las dos al mismo tiempo contra mí! ¡Y me quieren atacar! ¡Ah! Eso es lo que son ustedes… voy a gritar que me matan.

     CATHOS.- Hay que confesar que dice las cosas de una manera tan especial.

     MADELÓN.- Tiene un estilo admirable.

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